Verga y Carajo ¿Son de verdad malas palabras?

Que estos términos navegaron desde España para América, como pulpería, maroma, empecinado y tantos más, en el equipo de serie de ese lenguaje que nos une, la lengua romance cimentada en Castilla La Vieja, a partir del llamado castellano antiguo, que no es otra cosa que el gallego, con Alfonso X El Sabio como gran puente entrambas, alla por el Siglo XIII porque lo educaron en dos castillos de la provincia gallega de Orense.

En esta vieja tierra peninsular europea tienen también doble significado. Esto viene a cuento porque cada vez leo más en las redes sociales y en comentarios que nos envían a Argentina Mundo, la expresión jubilosa «¡Viva Argentina Carajo!» con una de las palabrejas de marras, para darle caracter de título a este trío más mentado…

Miren que ponerle «Cervecería La Verga» a un bar de Cangas del Morrazo!

Y está donde corresponde, frente al ajetreado puerto pesquero de la ciudad pontevedresa de Cangas, con la ría de Vigo que trae las aguas del Atlántico hasta dentro de esta Galicia de las Rías Baixas. Es que las vergas eran y siguen siendo los travesaños sobre los que cuelgan las velas. La verga mayor está en el mástil mayor de las embarcaciones, los veleros. En un barco de tres velas, por ejemplo, en el mástil central está la verga mayor. Como está enhiesta haciendo frente a las ventolinas y lo que caiga, no sólo es una de las acepciones en el habla popular utilizada para designar al falo o pene. Da también lugar a palabras como envergadura que, claro, en el lenguaje y expresiones graciosas en torno al órgano reproductor masculino, da muchísimo juego.

Vete al carajo

Así, tal como suena, nos llegó a las costas americanas, entre ellas las de Argentina, en aquellos años lejanos de descubrimiento, conquista y colonización española. Y claro que bajó de los barcos, como la mayoría de nuestros ancestros, comidas, usos y costumbres. Lo hemos argentinizado con el «te vas al carajo» y luego se adaptó para, por ejemplo, un «qué carajo te importa!» y otras tantas lindezas, que surgen cuando se quiere embroncar a alguien. El carajo no sólo iba en los barcos, sino que formaba parte de ellos. Era y es la cestilla colocada casi en la punta del mástil mayor, sobre la verga homónima – Otra vez nos encontramos con dobles sentidos! -.

Se la conoce en la actualidad como cofa y desde allí se otea el horizonte para detectar la presencia de otros barcos o tierra firme. Cuando un marinero se mostraba cansino, no realizaba sus tareas o era un novato, el capitán, de ser posible en medio de una gran borrasca, le daba la orden… «Vete al carajo!» y allá arriba lo tenía horas, para gran jolgorio de sus pares que, desde la cubierta, le gastaban chanzas. No faltó alguno que, mareado o por los barquinazos de la nave, terminara en el mar, sin posibilidades casi de rescate si el oleaje era muy bravo.

Beberse un carajo no sé, pero un carajillo…

Así se pide y sirve en España un café al que se le echa un buen chorro de brandy, o sea cognac. A veces el interesado lo pide aderezado con otra bebida, como el aguardiente. Su consumo está en retroceso, es más del invierno y se mantiene en las tabernas y cafés de extramuros, los puertos, etc. Pero bien que te lo pueden servir en la Gran Vía de Madrid si lo pides. Ya sé que por más que lo contemos, verga y carajo seguirán queriendo decir otra cosa en el habla popular de los argentinos, españoles y de los demás países americanos de habla hispana, esos a los que no llamo «latinos» porque es un error millones de veces repetido, pero malintencionado error al fin que los franceses provocaron. Por mí, que se vayan al carajo, a ver si desde allí descubren otras tierras firmes por esos mares del mundo y las bautizan con topónimos y gentilicios a su gusto, bien a la francesa.

TEXTO DE EDUARDO ALDISER – PONTEVEDRA 2015