De pronto estiró su mano, tomó la servilleta y la extendió sobre la mesa. Tomó su lapicera y, casi a escondidas, escribió algo en ella. Casi nadie observó el gesto. El restaurante seguía con su movimiento habitual, la conversación seguía muy animosa y casi todos participaban animadamente de ella. Sin embargo, el gesto del escritor había sido observado. Así comienza su relato con recuerdos de su adolescencia Roberto Chavero, el hijo de Atahualpa Yupanqui