Don Isaías Leo Kremer es ingeniero agrónomo argentino, de Villalonga, Partido de Patagones, Provincia de Buenos Aires para más señas, que vive en Buenos Aires. Tenemos un amigo en común, Pablo Goldstein, que es músico terapeutra también en la Capital de Argentina. Fue Pablo quien me envió este relato de Isaías que merece ser leído.
Amigos judíos en Rosario, de Moisesville y las otras colonias santafesinas, me contaban de esas palabras que tenían que aprender sus padres del español, y también del piamontés que eran mayoría en esa región. Y luego decían en piamontés y español… me daban como ejemplo «listesi igual», que es como decir igual – igual, claro. Este es el momento para volver atrás en el tiempo, de cuando en la pampa nuestra convivían gentes recién llegadas en esa diáspora desde Europa de los judíos con los criollos
Cholo, «Gauchadas y Mitzves»
Isaías Leo Kremer
Qué había llevado hacia esos pagos al «Cholo» Gaitán? El hombre ya no recordaba ni el cómo ni el porqué, sólo sabía que ahí estaba y que seguramente ahí terminarían sus huesos al final de la huella. Nacido en la zona de Guaminí, criado «a la que me importa», había crecido «cuerpeando» a la miseria como pudo, de a poco se hizo hombre y empezó a «recorrer pampa» ofreciendo sus servicios como domador, tropero, carneador, y si fuera necesario, se «prendía a la melga» (para arar), aunque eso no lo entusiasmara. Así anduvo muchos soles como «bola sin manija«, hasta que sus huesos fueron a parar por esos parajes secos e inhóspitos, con viento, frío y a los que no muchos criollos iban a «hacer patria«.
Un criollo entre tantos gringos
Los pobladores del lugar eran en su mayoría «gringos«, no se les entendía casi nada cuando pretendían hablar en castellano, pero no eran mezquinos cuando se trataba de brindar pan, carne o yerba al gaucho desabastecido. Como no eran «duchos» (hábiles) en las labores del campo pese al empeño que ponían en ello, el Cholo les cayó «como anillo al dedo» y pronto se lo convocaba para cuanto trabajo requiriera de sus habilidades. Un día lo llamaron para esquilar ovejas ya que no sabían manejar las tijeras, otro día para «estaquear» cueros, a veces para amansar un potro y otras para «sobar grampa» (curtir cueros).
La proverbial bonhomía del Cholo, que siempre se presentaba llevando la diestra hacia el ala de su chambergo diciendo «Cholo Gaitán, pa´lo que guste mandar» hicieron que su figura fuese habitual en los ranchos de los «gringos» a quienes otros llamaban «los rusos».
Cada vez que el Cholo efectuaba una labor, los rusos agradecidos le preguntaban por el costo de la misma. El criollo no sabía poner precio a su trabajo y entonces decía: «¿Y qué le puedo cobrar por la gauchada? Deje a su gusto nomás» Y entonces los rusos le daban algunos pesos, pero enseguida le agregaban algo de carne salada, un frasco de pepinos y «la patrona» corría a alcanzarle algún trozo de torta de miel, a la que pronto se habituó el Cholo.
Cuando sinceramente les pedía que no le dieran más cosas pues no podría llevarlas sobre su caballo, le decían que era una mitzve (*), término que por supuesto era inentendible para el criollo, como tantos otros de la jerga del los «rusos».
Buena gente esos rusos…
El Cholo pronto comprendió que estos «rusos» eran gente muy distinta a la que él conociera hasta entonces, no se «mamaban» (emborrachaban) aunque el vino no faltara en sus mesas, no usaban «faca» (daga criolla) ni eran adictos a las peleas. Lo peor es que no acostumbraban a matear, cosa que fueron aprendiendo de a poco; menos mal que él llevaba su «guampa» (cuerno) con yerba y podía zafar de ese té oscuro que tomaban con un terrón de azúcar entre los dientes.
Y un día conoció a la Mercedes
No pasó mucho tiempo hasta que los negros ojos de una muchacha del lugar flecharon al pobre gaucho poniéndolo, según su expresión, «más pavote que nunca». Mercedes trabajaba en lo de Don David. Trabajar es un decir, porque en realidad era una más de la casa, porque al ser del lugar conocía mejor los trabajos de una vivienda de chacra y por eso ayudaba a «la patrona» en lo que podía, porque ésta con sus numerosos hijos, carecía de tiempo para atender su hogar.
Para Mercedes ya no había misterios con «los rusos», hasta les entendía la «jeringoza» aunque no la hablaba de corrido, pero era capaz de introducir términos de la jerga extraña en sus conversaciones con el Cholo. Para desgracia del criollo, Mercedes no sólo había incorporado el idioma sino también las costumbres de los rusos, así que cuando el gaucho quiso «llevarla en ancas», se encontró con una firme resistencia, la chica o se «casoreaba» o no se iba de la casa de Don David, que era su propia casa.
Rumiando la bronca, el hombre se veía limitado a las «visitas de cortesía» al rancho o a los ocasionales bailes del pueblo, donde Mercedes siempre estaba al alcance de la vista de alguien (o de todos) y si no, alguno de los párvulos de Don David quedaba de ladero y no se iba aunque lo atiborrara de caramelos.
Al Cholo no le quedó más remedio que pensar en «sentar cabeza». Consiguió un lotecito de campo cerca de la colonia, tenía un molino viejo pero había buena agua, de la casa ya no quedaba casi nada de lo que dejara el ocupante, pues el viento y la arena habían hecho una permanente y efectiva obra de devastación. Los primeros días el joven los pasó «al sereno» (a la intemperie) como siempre había vivido, hasta que pudo conseguir unos pocos tirantes y algunas chapas de segunda.
Cosa buena el rancho propio
En una de las visitas a Mercedes, hizo saber que iba a empezar a construir un rancho y acordó con Don David para «que le dieran una manito» en la empresa que acometía.
El día que empezó a levantar la casa no sabía ni por dónde empezar, hasta que llegó Mercedes con su familia adoptiva. Todos se pusieron a trabajar, al rato llegaron otros «rusos» y no sólo para trabajar, sino que uno trajo unas ventanas que le sobraban, otro unas puertas, un tercero trajo sus caballos para pisar adobe y así, sucesivamente, todos pusieron algo de ellos para erigir la vivienda del Cholo.
Cada vez que él agradecía «la gauchada» que le hacían los rusos con su solidaridad, recibía la misma respuesta: «Es una Mitzve», con lo cual el criollo se quedaba en «ayunas», pero interpretó que era el equivalente de «una gauchada» y como tal la agradecía.
La obra fue avanzando, cada vez que el Cholo iba a un campo para hacer un trabajo, recibía algún elemento que le sería útil en su futura chacra, esto llegó a tal punto que ya no iba a los campos a caballo sino en una volanta que, curiosamente, le diera don Simón (un vecino) porque era «una mitzve» y de esa manera, cada día traía su carro cargado con distintos objetos o materiales que incorporaba en su propiedad.
Y llegó el casorio…
Los viernes a la tardecita se aseaba y se dirigía hacia lo de Mercedes. Sabía que al día siguiente no habría ninguna actividad así que disfrutaba de la cena en la que todos cantaban y aunque no entendía lo que decían, la alegría era contagiosa. Además, para ese entonces Cholo ya no veía más que por los ojos de su «prenda» y disfrutaba viéndola reír y cantar.
Por fin a Cholo Gaitán le llegó el gran día, buscó temprano a su novia y juntos fueron al Registro Civil de donde salieron con la «libreta de casorio». Luego y por un pedido que don David hiciera a Mercedes, fueron a la capilla pues «el ruso» insistía con que la unión tenía que estar bendecida desde el cielo y aunque no entró a la ceremonia, los estuvo esperando a la salida donde abrazó y besó a la novia a quien despedía como a una hija diciendo «Mazal tov» «Mazal tov» (buena suerte), término que el novio no entendió como tantos otros que usaban los rusos.
Llegaron a su rancho blanqueado a la cal, pensaba que por fin tendría a su esposa para sí, no contaba con sus vecinos deseosos de hacer «mitzves». Los mismos muchachos a los que él había enseñado a carnear y a hacer los asados, les habían preparado uno grande en su honor. No faltó ninguno de los rusos, al pobre Cholo hasta lo hicieron bailar y cada uno dejó algún obsequio útil para la joven pareja, ni se molestaban en agradecer, sabían que eran «mitzves».
Así fue poniendo su chacra
Lentamente fue armando su chacra: por unos potros amansados le dieron una vaca lechera, a cambio de una línea de alambrado consiguió semillas y así, de a poco, intentó ser un chacarero para tener querencia fija que los críos (que ya venían en camino) podrían disfrutar, sin ser llevados como lo fuera él de un lado para otro como los «cardos rusos» que arrastra el vendaval.
Los «hermanos rusos» de Mercedes venían seguido a visitarlos, siempre traían entre otras cosas la torta de miel a la que el criollo ya se había acostumbrado y como le hablaban en un castellano comprensible, Cholo podía preguntarles cosas que los rusos le contestaban pero él no comprendía.
En una sobremesa les preguntó: «¿Por qué cuando ustedes hacen un favor a alguien dicen que es una `mitzve´? No sería más fácil decir que es una `gauchada´? «
Uno de los muchachos trató de explicarle la diferencia y le dijo: La «mitzve» es obligatoria hacerla, mientras que «la gauchada» es voluntaria
-¿Por qué es obligación? preguntó Cholo
-Porque así está ordenado en la Biblia
-¿Y para qué hay que cumplirla?
-Porque te hace sentir mejor a vos y a quien la recibe
-¿Y si no la cumplo?
-No serás mejor persona
-Pero no tendré castigo
-¡Sí! Al no lograr mejorar como ser humano
Todo esto superaba el entendimiento del pobre criollo, que lo único que sacó en limpio era que «mitzve y gauchada» no eran lo mismo pero eran lo mismo y luego de esta profunda reflexión, dejó de lado el asunto.
Chacra con mujer, faltaba un gurí
La panza de Mercedes estaba cada vez más grande. Cholo no sabía nada de partos ni de nacimientos, sólo supo que había llegado el momento cuando su mujer empezó a quejarse de fuertes dolores. Menos mal que «la patrona» de Don David estaba allí junto a otras mujeres de los «rusos» que solícitas se prestaron a colaborar.
El se quedó junto a los «hermanos» de Mercedes afuera, cerca del fogón, prendido en interminables rondas de mate alteradas por los gritos de la parturienta. Pasaron varias horas, en medio de la noche salió una de las mujeres y comentó que la cosa venía difícil y que Mercedes había perdido mucha sangre. Por primera vez Cholo pensó que podía perder a «su prenda» y entonces, toda la ilusión de un hogar con ella se iría al diablo.
Vio que «los hermanos» de Mercedes y Don David, se orientaron hacia un lado y comenzaron una incomprensible letanía, supuso que estaban rezando y lamentó no poder hacerlo con ellos. Don David fue a buscarlo, lo tomó del brazo y con su dificultoso idioma, trató de hacerse entender diciéndole: ¡Ven conmigo! ¡Piensa en Mercedes, mira hacia el cielo y pide por su salvación, allí tu Dios y mi Dios que son lo mismo, oirán tu pedido y también el mío para que todo salga bien!
Así lo hizo Cholo y abrazado a Don David, dirigió su mirada a las alturas e invocó por la salud de su esposa a quien amaba entrañablemente. Un «refusilo» (relámpago) le hizo suponer que su oración había llegado al cielo.
Y a la madrugada llegó el crio
Clareaba ya cuando la mujer de Don David se asomó a la puerta del rancho, lucía ojerosa y cansada, pero feliz mostraba a Cholo un crio chiquitito y negrito que atronaba el espacio con sus berridos y le dijo: ¡Es un varón Cholo y tiene tu cara!
Las manos ásperas y curtidas del criollo temblaban al tomar el delicado envoltorio, sintió que le asomaban las lágrimas viendo a su primer hijo y quiso contenerse pero no pudo ¡total!, quien iba a pensar que era un flojo porque lo vieran llorar y dio rienda suelta a su contenida emoción.
Fueron llegando los rusos acriollados
A media mañana empezaron a caer los vecinos «rusos», pues enterados del parto dificultoso pero con final feliz tanto para la madre como para la criatura, querían ser partícipes del acontecimiento. De paso, cada uno se aparecía con algo: uno con una cunita que no usaba, otro con un cochecito, otro con un andador para los primeros pasos, ropa, sonajeros, etc., etc., para qué les iba a agradecer si Cholo sabía que le responderían que es una «mitzve», y participaban de su felicidad.
Se empezaron a retirar del rancho recién por la tarde, los últimos en irse fueron los hijos de Don David, éste mismo y su «patrona», ninguno de ellos había cerrado un ojo en toda la noche pero el agotamiento y la felicidad se reflejaban en sus rostros.
Subida al carro toda la familia, la «patrona» sacó una gran canasta con todo un ajuar de mantillas, acolchados y ropa que, pacientemente, había preparado para el bebé y no se había animado a dar hasta el feliz desenlace:
– ¡Toma Cholo! Esto es para Cholito pues supongo que se llamará como el padre.
El criollo duro se emocionó al ver las prendas, se acercó al carro, abrazó a la «patrona» cual si fuera su madre y le dijo
– NO SE VA A LLAMAR CHOLO, OTRO QUIZA, ESTE SE VA A LLAMAR DAVID Y POR FAVOR NO ME LO AGRADEZCAN, LO HAGO PORQUE ES UNA MITZVE… y se alejó riéndose!
A la memoria de Don David Gaitán
Isaías Leo Kremer
(*) Mitzve: Mitzvot deviene de la raíz Tzivui que significa mandato, por lo tanto su ejecución no es voluntaria sino obligatoria para todo buen judío
EDICIÓN DE EDUARDO ALDISER – PONTEVEDRA 2024
Muy buena la historia, felicitaciones a su autor y a argentinamundo.com por haberlo publicado..