Elsa Pérez Vicente, a quien vemos autoretratada, fue una pintora diferente, especial, que se ha caracteriza por sus dibujos estilizados y suaves que trasuntan la delicadeza de su alma. Nació en Buenos Aires, Argentina en 1927 y falleció en Vigo, España el 22 de junio de 2020.
De ella dijo Francisco Pablos Holgado de la Real Academia Galega de Belas Artes.
“Hay expresiones plásticas atractivas. Otras, en cambio, alcanzan el rango de fascinadoras. Son mundos, universos líricos, un punto melancólicos, como el espíritu de quien los crea, para que el espectador se sumerja en ellos, y los habite, deseando ser su inquilino para siempre. Y para crearlo, es preciso, imprescindible, estar dotado de angelicidad, que es virtud inefable que Elsa posee, para ser siempre ella, inconfundible, propicia al encantamiento”
La ha entrevistado Georgina Bortolotto en la ciudad de Vigo, año 2013
Aunque reside en Gondomar, Pontevedra, nos recibe en casa de su hija, la actriz Alejandra Abreu, que vive en Vigo. Cuéntanos Elsa, ¿Dónde naciste y pasaste tu infancia y juventud? ¿Y dónde estudiaste Bellas Artes, quiénes fueron tus maestros?
Nací en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1927, en una familia de inmigrantes españoles, papá era almeriense y mamá de Santander. Se conocieron en Buenos Aires. Estudié en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, durante siete años, de donde egresé con 10 de promedio. Recuerdo con especial cariño al Profesor Héctor Cartier, quien impartía la cátedra de “Teoría del Color”, y al Profesor de Escultura, Nevot.
Fui premiada por la Academia Nacional de Bellas Artes de la Universidad de Tucumán en la asignatura Dibujo. Continué mi formación en el Taller del Pintor Demetrio Urruchúa. Fue una experiencia realmente especial, ya que Urruchúa buscaba que cada alumno desarrollase su personalidad, no impartía una educación academicista sino que nos orientaba para que expresáramos lo que sentía cada uno de nosotros. Nos indicaba que pintáramos en nuestras respectivas casas, luego lleváramos el trabajo al taller y el resto de la clase opinaba, el sostenía que la idiosincrasia de cada uno se veía en la pintura.
Estando en el taller, Urruchúa me seleccionó como ayudante para colaborar en la pintura del Mural de la Galería San José de Flores, en el barrio de Flores en Buenos Aires, en el cual participaron además de Urruchúa, Spilimbergo y Castagnino. También obtuve otros premios como el Primer Premio “Dibujo” en el Salón “40 Aniversario” de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos en 1965 y el Premio al Conjunto de Obra, “Plaqueta Worms” Salón Nacional de Santa Fe, en 1966.
Al hablar contigo, surge permanentemente la figura del pintor gallego Antón Abreu Bastos, tu marido. ¿Cómo conociste a Antón?.
Antón había nacido en Vigo y a los 20 años decidió viajar a la Argentina para conocer a su padre, el cual había emigrado cuando él era un bebé. Él siempre había querido dedicarse a la pintura, contaba que en Vigo había realizado grandes mapas con dibujos. Por lo tanto, al llegar a Buenos Aires y contarle a su padre su deseo, aquel que era ebanista, lo relacionó con un pintor que le enseñó a diseñar y realizar joyas.
Asimismo, en su afán de crecer artísticamente, comenzó a tomar clases en el taller de Urruchúa. Y allí nos conocimos. Se enamoró de mí y buscaba llamar mi atención de todos los modos posibles. Y Urruchúa decía “Abreu es como un moro detrás de una duna”. La pintura de Antón es diferente a la mía y estuvimos con el mismo maestro.
En los primeros tiempos, ambos participamos activamente en el “Grupo del Plata”, un grupo de pintores de Buenos Aires, en el que estaban Gorriarena, Hugo Monzón, Hilda Crobo. Cada uno de nosotros tenía su taller. Yo también daba clases infantiles. Entonces fundamos en General Madariaga, provincia de Buenos Aires, la Escuela de Bellas Artes “Divisadero”. El nombre obedecía a la apertura por donde se podía divisar a los indios en la pampa.
Siguiendo la técnica de Urruchúa, estimulaba a los niños y los motivaba para pintar. Un día propuse el tema “indios y malones”, y uno de los pequeños me preguntó “Señorita, al malón lo puedo hacer a pié?” ante el temor que le imponía pintar las patas de los caballos.
En esos tiempos, nos trasladamos a vivir a orillas del mar, a Antón siempre le tiró el mar. Nos instalamos en Villa Gesell, donde pusimos un hotel y seguimos pintando. Solía visitarnos, en los veranos, Laxeiro. Fue así como le hizo un retrato a Antón y luego otro a nuestra hija Alejandra, en el que escribió la dedicatoria “A la niña más linda de Villa Gesell”.
También recogíamos caracolas rotas en el mar para crear pequeñas esculturas, ya que tenían movimiento. Como cuando las encontraba, yo decía “Qué maravilla!”, los alumnos al recoger caracoles rotos, me los mostraban y preguntaban “Ésto ¿es una porquería o una maravilla?”.
En Buenos Aires, ¿Mantenían contactos con otros pintores gallegos y con los exiliados?
Sí, Antón participaba activamente en el Centro Gallego de Buenos Aires, donde estaba a cargo de la Sala de Exposiciones y organizaba muestras de pintores gallegos y de hijos de gallegos. Nos frecuentábamos con Carlos Cañás, Seoane, Laxeiro y Lodeiro.
Y decidieron regresar a la Galicia de Antón en 1973, ¿Cómo fue la integración en Galicia?
Entre 1973 y 1977 decidimos realizar viajes de estudios por España, Francia, Italia, Holanda e Inglaterra. En esa época participamos en exposiciones en Galicia, en la Caja de Ahorros de Vigo, en la Cámara de Comercio de A Coruña, en la Sala de Arte de la Dirección de Turismo de Pontevedra, en la Caja de Ahorros de Santiago de Compostela, en la Galería Ceibe de A Coruña, en el Ateneo Curros Enríquez de Ourense, en la Galería Arco da Vella de Lugo, en la Galería de Arte Adro de A Coruña, entre otras.
En 1977 nos instalamos definitivamente en Vigo, volvíamos junto al mar que tanto nos gusta. Luego nos instalamos en Vilaza, Gondomar, donde reconstruimos una casa, que se transformó en el lugar de encuentro con amigos. A Antón lo llamaban “el aglutinador”, él siempre armaba reuniones y cocinaba maravillosamente, entonces teníamos el placer de provocar el encuentro con Javier Pousa, Antonio Quesada, el escultor Buciños, Oliveira y por supuesto, Laxeiro. Actualmente, estoy preparando en mi taller de Gondomar, una nueva y próxima exposición.
Con Elsa podemos seguir conversando y convocando a gente del arte en cada palabra. Quiero finalizar la entrevista agradeciéndole su calidez, su dulzura que trasciende en su obra y con las palabras de Antonio Landesa Miramontes “quizás resulte oportuno el recordar la premonición de Goethe, genialmente llevada a la sinfonía más tarde por Gustav Mahler, “El eterno femenino nos contempla”.
ENTREVISTA DE GEORGINA BORTOLOTTO – VIGO, 2013