Cuando era pequeño, los dos primeros gallegos que sentí nombrar fueron Rosalía de Castro y Castelao. A la gran poetisa de Padrón la recité en galego en mi escuela de primaria en Rosario, un 12 de octubre de 1957, Día de la Raza como la llamábamos entonces en Argentina a la Fiesta de la Hispanidad, estando en sexto grado. Agradezco a la Señorita Matilde que me hubiera hecho conocer el gallego, con esos paixariños piadores… y los muiños do castañares.
Aquel Castelao de la lejana niñez
Sobre Castelao, como siempre lo nombran, que fue Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, político, escritor y pintor español, su nombre me quedó grabado por su mención en la prensa, la radio, los programas españoles. Se lo considera el máximo representante del nacionalismo gallego. Nació en Rianxo, Provincia de La Coruña. En Pontevedra fue miembro del cuerpo técnico del Instituto Geográfico y Estadístico, y profesor auxiliar de dibujo.
Días atrás visité el edifico administrativo del Concello de Pontevedra, que es el equivalente a nuestras municipalidades, en la rúa Michelena 30. Al entrar, tal que a la izquierda, unas frases en el muro abovedado me hicieron detenerme. Era un texto de Castelao, escrito en Buenos Aires, ya con sus años, que me emocionaron. Le pedí a la Concelleira de Festas, Anxos Riveiro, si me podía hacer llegar ese escrito… aquí lo tienen.
Castelao le escribe a Pontevedra desde Buenos Aires
“Eu vivín longos anos de ledicia en Pontevedra, aferrado a fermosura dos seus arredores, coma quen non pode desprenderse dos brazos mornos dunha noiva. Eu débolle a Pontevedra o mellor da miña vida e agora padezo saudades da súa paisaxe, tristuras de non vela i espranzas de retornar a ela. Empezo a ser vello e a vivir de recordos. Algunhas veces acode a miña memoria un cantar de requintada morriña.
Vi tan lonxe a mocedade,
está tan perto o meu fin,
que ás veces sinto vontade
de poñer loito por min
Pero non é que eu enloite o meu esprito porque a mocedade fuxise de min. Eu apénome de non poder ir a Pontevedra, que é unha fonte de xuventude, onde se curan os alifaces da vellez. Volver a Pontevedra sería mesmo que recobrara a mocedade perdida. E así como anteo revivía ao caer ao chan e soio morreu por non poder tocar terra, así u me libraría da vellez con soio pisar terra pontevedresa. Penso que si morrese no desterro, os meus osos non se deixarían consumir até que algún anaquiño d-eles chegase a Pontevedra. Entón a miña alma cantaría gozosa este cantar.
Xa morrín, xa me enterrei,
e agora xa estou eiquí.
Nin a terra me comía
sen despedirme de ti
Todo, todo, pode acabarse en min, menos o amor que sinto por Pontevedra. Vivo ou morto, alá irei como se di que van os romeiros a San Andrés de Teixido, que «alá van de mortos se non van de vivos». Pero eu espero chegar vivo parra curarme das inxurias do tempo. E non entanto vou coa imaxinación …
Todo, todo, pode acabarse en min, menos o amor que sinto por Pontevedra. Vivo ou morto, alá irei como se di que van os romeiros a San Andrés de Teixido, que «alá van de mortos se non van de vivos». Pero eu espero chegar vivo parra curarme das inxurias do tempo. E non entanto vou coa imaxinación …
Para ensoñar mundos de absoluta felicidade, libre da carne mortal que afoga a vida dos vellos, eu séntome á beira do Lérez. Pouso os meus pensamentos na beira das augas, como as ponlas caidas dos albres que dan sombra. Estou alí horas e horas, ensumido en min mesmo. Deste xeito participo da ledicia de San Amaro, cando estivo trescentos anos asexando o paradiso a través dun buratiño dunha porta. Ou como Don Ero, o fundador de Armenteira, que tamén estivo trescentos anos escoitando a un paxariño.
Para sentir o orgullo de ser fillo da terra máis fermosa do mundo, eu rubo ao pinal de Matalobos, que está enriba da eirexa de Salcedo. Séntome nas pedras do valado, e chanto os ollos na ría que durme antre veigas e florestas. Asisto a transformación d-un día de sol en noite de luar. Alí sinto como en ningures a necesidade cósmica da patria e sei que son un anaquiño de eternidade galega. ¡Meu Pontevedra!.
Castelao, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, versión en español
“Yo viví largos años de alegría en Pontevedra, aferrado a la hermosura de sus alrededores, como quien no puede desprenderse de los brazos tibios de una novia. Yo le debo a Pontevedra lo mejor de mi vida y ahora padezco añoranzas de su paisaje, tristezas de no verla ni esperanza de retornar a ella. Empiezo a ser viejo y a vivir de recuerdos. Algunas veces acude a mi memoria un cantar de refinada añoranza.
Veo tan lejos la mocedad,
está tan cercano mi fin,
que a veces siento voluntad
de poner luto por mí
Pero no es que yo enlute mi espíritu porque la juventud huyera de mí. Yo estoy apenado de no poder ir a Pontevedra, que es una fuente de juventud, donde se curan los achaques de la vejez. Volver la Pontevedra sería incluso como recobrar la juventud perdida. Y así como antes revivía al caer al suelo, ahora muero por no poder tocar mi tierra, que así me libraría de la vejez con sólo pisar tierra pontevedresa. Pienso que sí muriera en el destierro, mis huesos no se dejarían consumir hasta que algún trocito de ellos llegaran a Pontevedra. Entonces mi alma cantaría gozosa este cantar.
Ya morí, ya me enterré,
y ahora ya estoy aquí.
Ni la tierra me comía
sin despedirme de ti
Todo, todo, puede acabarse en mí, menos el amor que siento por Pontevedra. Vivo o muerto, allá iré como se dice que van los romeros a San Andrés de Teixido, que «allá van de muertos si no van de vivos». Pero yo espero llegar vivo para curarme de las injurias del tiempo. Y entre tanto voy con la imaginación…
Para ensoñaciones con mundos de absoluta felicidad, libre de la carne mortal que ahoga la vida de los viejos, yo me siento al lado del Lérez. Poso mis pensamientos en la orilla de las aguas, como las ramas caídas de los árboles que dan sombra. Estoy allí horas y horas, ensimismado en mí mismo. De esta manera participo de la alegría de San Amaro, cuando estuvo espiando trescientos años el paraíso a través de un agujerito de una puerta. O como Don Ero, el fundador de Armenteira, que también estuvo escuchando trescientos años a un pajarillo.
Para sentir el orgullo de ser hijo de la tierra más hermosa del mundo, yo escucho el rumor del pinar de Matalobos, que está encima de la iglesia de Salcedo. Me siento en las piedras del vallado, y pongo los ojos en la ría que duerme entre vegas y florestas. Asisto a la transformación de un día de sol, en noche de luz de luna. Allí siento como en ningún sitio la necesidad cósmica de la patria y sé que soy un pedacito de eternidad gallega. Mí Pontevedra!”
Firmado: Castelao
La condición de inmigrante le hace a uno entender ciertos sentimientos, saber que esos viajes astrales buscando los lugares queridos, forman parte de todos nosotros. Las muchas familias gallegas que conocí y traté en mi pueblecito y en Rosario, me hicieron querer su tierra al contarme nostalgiosos, cosas de ellas. Ahora vivo en esa Galicia que me descubrieron.
Este vídeo lo he realizado en la Plaza San José de Pontevedra el 7 de Enero de 2020 sin caer en la cuenta que ese día se cumplían los 70 años del falleciemiento de Castelao en Buenos Aires. Es uno de los personajes que aparecen en una tertulia histórica junto otros gallegos
RELATO DE EDUARDO ALDISER – PONTEVEDRA 2019