Martha Piccat – Poema que evoca un prostíbulo de pueblo

 

 

 

Nos une el pequeño pueblo cordobés donde nacimos y donde ella vive. Martha Piccat demuestra que ese microcosmos lo tiene o tuvo todo. Por eso su vuelo poético es universal y en su pluma cobra vida hasta a la estación de trenes que no tenemos por esas latitudes del sureste de la provincia de Córdoba, en Argentina

 

 

 

 

Y qué mejor Martha que citarte en este banco de la plaza, cercano al mítico mástil y a esa diagonal que cruzaba cada mañana para ir a la escuela…

Bendecir un encuentro grato, mi querido amigo Aldiser, es reconocer que la vida tiene grutas, almacenadas en los arcanos de la mente, y que precisamente un encuentro, dispara sobre el cerrojo de los recuerdos, y el alma festeja la vida en alas. Así es que, en esta plaza que ha visto pasar la vida en vuelo y nos reunió, casi sin intentarlo, conversaremos de cosas simples, como el pasado, que siempre es singular, pues mal o bien, ya está resuelto.

Aunque yo lo sepa… cuenta un poco de ti a nuestros lectores de España, donde estamos, a los de Argentina y el mundo…

Nací en Colonia General Baldissera, Córdoba, República Argentina… y no moriré en París! Por imitar a Rulfo, escribo poco y pierdo los originales. Confesa ladrona de historias, encontré en mi pueblo la medida de todo lo que acontece en el mundo, lo más afín y lo más terrible. «Paese tuo» escribió Césare Pavesse, y nombró a todos los pueblos del mundo. La incomodidad que hablar de uno mismo, hará que esto sea breve, y confiese que escribir, para mí, es un berretín inofensivo, pero enquistado en la zona del porfiado que llevamos dentro. ¡Y ni soñar que se rinda, con mis 68 años a cuestas!

Dos cosas, y sigues tú… haces bien en no darle el gusto a los franceses, nada de París… y declarar públicamente que una decena larga de veces, en emisora de radio y televisión de aquí y allá, he dicho estos versos tuyos que, como dices de Pavese, describen el sentimiento de amor a cualquier terruño, el de cada uno… “Yo no sé si mi pueblo / es grande o es pequeño / lindo o feo / silencioso o bullanguero / Sólo sé que en el polvo / de su tiempo / duermen su sueño largo / mis padres y mis abuelos / con su dolor y su silencio / Razón de más para quererlo”… y ahora llévanos para donde quieras por estas calles baldisserenses…

De mi vida de poeta, que siempre has ponderado y te agradezco, extraeré el recuerdo festivo del tiempo en que en el lontano Baldissera, del sur cordobés, funcionó la coquetísima «casa de putas» de Doña Ñata, ubicada en medio de la nada, porque los pueblos chicos carecen de arrabales.

Así, levantada en un lugar más familiar para granero que para lupanar, y con reminiscencia de la Calle Pichincha rosarina, la voluptuosidad de la Señora Ñata, dotó al pueblo y la región de una casa alegre, sólo para gente de cierto nivel económico, con mobiliario de maderas importadas, finos espejos, cubertería de plata y vajilla de porcelana, y mesas de juego donde entre bacará y dados se apostaba el producido de alguna que otra cosecha y venta de ganado. Y el plato fuerte de la casa, un plantel de hermosas mujeres traídas de la ciudad, que aportaban la esencia del local: la bacanal, la gran fiesta de putas. Tu sabes, mi querido Aldiser, que quienes andamos en esto de inmortalizar el tiempo, somos asaltados por cierta urgencia, lo cual hizo que no dejase morir «la Casa de Putas» de Baldissera, escribiendo «Las Putas».

¿Cómo recuerdas aquellos años que nos están quedando lejanos, demasiado lejanos?

Tendría por entonces yo unos siete años. Mi casa estaba en una manzana rural contigua a la Casa de Putas. Y ahí va: «Esa casa, que encendía sus ventanas/ cuando acataba el pueblo la orden de dormir,/ como acontece con los mansos y los buenos», figura la hora de inicio, cuando, en medio de la oscuridad, yo veía encender una por una las luces de sus ventanas. El poema en sí, comienza con el cierre de la casa alegre, con cierta ironía hacia la pequeña sociedad donde funcionó, y le adjudicó males y plagas, con la pacatería hipócrita de los pueblos y sus costumbres anquilosadas, y la visión demonizante de la iglesia, en su momento. Ese contubernio social, remó fuerte contra la inocente casa de putas, por significar una tentación para maridos con dinero y vocación fugitiva e hijos en edad de debutar.

La ubico temporalmente en la década del 50, con vacas gordas y «el granero del mundo». El estudio de mercado de Doña Ñata, habrá sido muy simple: ahí estaba la papa (como se dice por aquí). Lo cierto es que después de varios años de vino y rosas, un día la casa de putas disolvió su vida subastando sus inmundos trastos: «diez camas de pecar y diez percheros…». Incierto habrá sido el destino de las pupilas, que amortizadas por el uso, pararían en algún firulo de cuarta categoría…«La madama, resignada a puta vieja/ hizo yunta con un pobre jornalero».

Tal el destino de Doña Ñata, que terminó su vida en la periferia de Rosario de Santa Fe, en compañía de un tipo sin historia, en un barrio que la recordó por su porte de reina en retirada y su solidaridad entre el proletariado.

Pero en los pagos de Baldissera, dónde las ruinas de su casa de jaleo aún quedan en pie, su voituré convertible blanca, cruza la noche con el fiolo al volante, de impecable traje blanco, y arrebujada a su lado, Doña Ñata, morocha, argentina y hermosa, luciendo un tapado de terciopelo rojo, coronada por su boina blanca radical, pasea por el pueblo a un ramillete de putas en flor, que servirá en bandejas de plata, por la noche y al mejor postor, en la casa de putas de mi pueblo.

Querida Martha, todo lo has dicho como respiras, como hablas, con pasión poética… un tema “difícil” abordado desde la ternura de tu lira… pero… déjanos escuchar en tu voz el producto de tu inspiración, mientras ofrecemos la puerta a los lectores para que conozcan muchos de tus poemas en Tu costado

El prostíbulo de mi pueblo
De Martha Piccat

Antiyer cerró la casa de putas de mi pueblo.
Algunas cosas han cambiado,
las mujeres decentes ya concilian el sueño.
Sus hijas, esos tiernos capullos
concebidos en legítimos lechos,
ya no verán ese ejemplo maldecido
por la falta Dios y de preceptos.
Esa casa, que encendía sus ventanas
cuando acataba el pueblo la orden de dormir,
(como acontece con los mansos y los buenos)
ha subastado sus inmundos trastos:
diez camas de pecar y diez percheros,
jofaina, de lavar las herramientas,
espejos, baúles y roperos.
¡ y las putas! ¿Qué harán con ellas?
No quedarán dispersas por el pueblo.
Los niños las verán y no hay palabras
que nombren a esos seres venidos del infierno.
Pobrecitas, en serio. Pobrecitas.
En nombre de la moral, partieron.
La que extraña el doctor, partió hacia el sur,
y hacia el norte la que llora el estanciero.
La madama, resignada a puta vieja,
hizo yunta con un pobre jornalero.
Barre el patio, guarda el lecho, y se gana el puchero
enroscada en la estola decalvada del refriegue tanguero.
Y usted no va a creer lo que le digo:
¡Hay como un aire de santidad en todo el pueblo!
Con un doble repique de campanas
festeja el cura su castidad, salvada por un pelo.
Los hombres disimulan su nostalgia
de noches de molicie y cachondeo,
ocultos tras los lentes y el sombrero.
Las mujeres, despiden a sus maridos en la puerta, con un beso.
Pobrecitas en serio, pobrecitas.
Las que quedaron. Y las que se fueron.

ENTREVISTA Y VIDEO EDITADOS POR EDUARDO ALDISER, PONTEVEDRA / 2016