Juan Bautista Tupac Amaru – Pudo ser nuestro rey

Habían pasado ya seis años que ninguna autoridad ni funcionario español pisaran suelo argentino. Era el año 1816 y en la Tucumán se encontraban reunidos los representantes elegidos por el pueblo redactando la Constitución que proclamaría lo que era ya una realidad, que las Provincias Unidas del Río de la Plata, la futura Republica Argentina, eran una nueva nación, la primera en ser independiente de España en Suramérica.

 

 

 

 

Juan Bautista Tupac Amaru, el inca que pudo ser nuestro rey
Armando Puente – Periodista, historiador, escritor

Los diputados coincidían en que la nueva nación debía ser gobernada por un rey. Manuel Belgrano, el abogado educado en Salamanca, que llevaba años luchando contra las tropas españolas en lo que entonces se llamaba el Alto Perú, propuso que el nuevo reino debía ser regido por una dinastía inca. Los legisladores argentinos pensaron que debía serlo Juan Bautista Tupac Amaru, quinto nieto en la descendencia del último inca, que fuera hermano del desgraciado José Gabriel Condorcanqui Tupac Amaru, que treinta años antes se había sublevado contra el imperio español.

Era imposible porque entre los vencidos en aquella rebelión, algunos de los que no fueron ejecutados conocieron sucesivamente los calabozos del Cuzco y el Callao y en los húmedos sótanos de las prisiones de Ceuta, enclave español en el norte de África, y la fortaleza de La Carraca, en Cádiz, donde Juan Bautista Tupac Amaru conoció a americanos condenados por sus ideas independentistas, entre los que agonizaba el venezolano Francisco de Miranda, conocido historicamente como El Precursor, porque desde fines del siglo XVIII soñaba con una sola y grande nación democratica que abarcara todo el imperio español en América. En Tucumán los independentistas argentinos pensaban que fuera su rey Juan Bautista Tupac Amaru.

En España los liberales se sublevaron y gobernaron a durante un trienio. El descendiente directo de los incas vio que les soltaban los grilletes y pudo regresar a Buenos Aires en 1822, donde ya enfermo y anciano se alojó en el hospital de los betlemitas y escribió sus Memorias. Murió ese año y fue sepultado en el elitista cementerio de La Recoleta. En su tumba figura sólo su nombre. Está no lejos del mausoleo de la familia Duarte, donde está sepultada María Eva, más conocida como Evita Perón, visitado por los turistas y donde en la puerta hay siempre flores frescas.

EDICIÓN DE EDUARDO ALDISER – MADRID 2011