Porque eso era cada día nuestro renovado encuentro con las mágicas ondas que nos traían la ciudad al campo, que nos aporteñaban aunque vivíeramos a centenarios de kilómetros de Buenos Aires, la capital de Argentina. En las casas de los campos argentinos, con la llegada del transistor era normal ver colgada de una enramada o sobre la mesa donde se toman los mates, un aparato a todo volumen. Era y es la ventana al mundo, la más directa y que lleva a imaginar las cosas, por lo tanto, no somos oyentes pasivos, terminamos de adornar con imágenes lo que vamos escuchando.