Horacio Francisco Fernández Invernoz…como dicen los notarios (que no son ningunos otarios), desde ahora Paco Invernoz, un muchacho porteño que ha recalado en la tierra de su padre y nos cita en Avilés, Principado de Asturias, en el Bar Maruxa de la Calle de la Fruta…
Y digo un muchacho porteño, pero ¿De dónde Paco?…
Nací en el barrio de Caballito, en la calle Neuquén al 700, a dos cuadras de la cancha del Club Ferrocarril Oeste de mi corazón. Caballito, un barrio de comerciantes inmigrantes, carnicerías y verdulerías de italianos, alguna que otra mercería de una señora israelí. Mi padre asturiano regentó un almacén allí, en la calle Neuquén. Los veranos de mi infancia los pasé en la colonia de vacaciones de Ferro, donde aprendí a nadar.
Estudié en un colegio de la calle Hidalgo al 700, pero los últimos tres años de Primaria los cursé en el Colegio Marianista; hace nueve años localicé en Soria a mi maestro de sexto, una linda anécdota. Terminé la Secundaria en la Escuela de Comercio número 23. Siempre me gustaba correr, desde Ferro un entrenador me derivó al Club Juventud Atlética de Morón, iba los fines de semana hasta Castelar. Después iba al Parque Chacabuco.
El 25 de setiembre de 1977 participé en los Campeonatos Argentinos de Maratón y salí cuarto con una marca modesta, habíamos clasificado 17 corredores de todo el país. Fue algo muy lindo e interesante. Fue la Maratón Corazón de la Patria, porque apoyaba el proyecto de trasladar la capital al centro del país. La maratón partió de Huinca Renancó en Córdoba y tuvo la llegada en Realicó, provincia de La Pampa, propuesta como futura capital. Contó con el apoyo de un directivo de Philips Argentina que patrocinó la competencia. Creo que mi verdadera vocación era ser periodista deportivo, pero no superé el examen de acceso y estudié en la Escuela Superior de Periodismo del Instituto Grafotécnico.
Tu eres medio asturiano…
Sí, y mi abuelo, gaucho de La Pampa, me decía que “si no naciste pura sangre tenés que ser como el caballo criollo, del paso lento y el aliento largo, aunque deberás ser capaz de dominar el galope del potro salvaje que llevas dentro”.
He heredado de mi padre asturiano y mi madre argentina la mansedumbre propia de los aldeanos, reconociendo como los indios mayas que mi tiempo ni se vende ni se compra, contradiciendo los augurios de progreso del futuro, enunciados por Henry Ford que proclamó aquello de que el tiempo es oro. Todo se vende y todo se compra, porque todo tiene su precio.
Dime Paco… ¿Qué has reencontrado de aquel mundo, Buenos Aires, en este otro de la Avilés asturiana?
De adolescente me deslumbró, en la revista del Centro Asturiano de Buenos Aires, la foto de “una antigua calle de Avilés” que ahora descubro es la de La Ferrería, donde resido con mi familia. No creo en el destino predeterminado, pero he luchado contra la potencia de los hechos fortuitos.
Ya en España despuntas el vicio con dos muy buenos blogs… Escritor de Ultramar y Corre, me imagino que son puentes con tantísima gente de los lugares más remotos o cercanos…
Efectivamente. Me gusta la referencia de los puentes porque me recuerda el cuento de Cortázar “Cartas a mamá”, en el que el autor dice algo así como que tiene un pie en cada orilla. Nacido en Bélgica, el escritor vivió muchos años en Argentina y finalmente terminó en París, donde murió. Viajar, conocer otras gentes, es una de las cosas que más enriquece; de lo contrario, evitar la mezcla en el crisol produce el aislamiento, citando las palabras de Carlos Fuentes, otro grande la literatura hispanoamericana recientemente fallecido.
En lo profesional, ¿Has retomado la carrera de periodista aquí?
En Argentina trabajé en la Editorial Atlántida, entre otros trabajos; y en España retomé la profesión en “El Correo de Asturias” y “La Voz de Asturias”, ya desaparecidos; después fui redactor de “La Voz de Avilés – El Comercio”, del Grupo Vocento. Desde hace tres años estoy prejubilado.
He leído reflexiones tuyas sobre el tango que traemos todos en las maletas…
Sí, porque las maletas suponen el recipiente de nuestros orígenes, de nuestras costumbres, de nuestra idiosincrasia. Las maletas, valijas en argentino, se relacionan también con los viajes. Es bueno tenerlas preparadas siempre para la partida, si tenemos ocasión de marchar en búsqueda de otras latitudes para conocer más otras culturas.
Dime algo de este Bar Maruxa y la zona de Avilés donde estamos…
Bueno, el Maruxa sigue funcionando, con su típica compuesta, una especie de cóctel de fórmula secreta que al parecer contiene vermút. Se sirve helado en un vaso pequeño con una pajita si se la quiere utilizar, pero también se puede beber directamente del vaso. El bar sigue estando en el mismo sitio, en la calle de La Fruta, a la vuelta de mi casa en calle de La Ferrería, en el corazón de Avilés, el centro, a pocos metros del Ayuntamiento o Municipalidad.
Es la zona del casco antiguo de una ciudad milenaria. Cerca del bar se encuentra sepultada la antigua muralla medieval en forma de almendra. El trazado de Avilés, fue algo que me llamó la atención desde que llegué hace 26 años, es en forma de telaraña, dicen que se hacía para dificultar la llegada de los forasteros. Contrasta con el trazado perpendicular de las calles de Buenos Aires.
Ya tengo que seguir el viaje… una etapa esta en esa larga maratón que es la vida misma, pero… ¿Qué buscabas en la Asturias de tu padre?
Encontré mis orígenes. Cuando llegué a Asturias, una de las primeras cosas que hice fue visitar la casa de mi padre, en medio de la montaña, en una aldea llamada Romaelle. Me recibió una de sus hermanas, América, un nombre sugestivo. Eran 11 hermanos y pude ver el cuarto de costura, recordando las cartas recibidas por mi padre en la que le pedían agujas, en aquellos tiempos tan difíciles del siglo pasado. Las camas me imagino no serían las mismas de aquellas épocas pasadas, pero hicieron acordarme de que la familia contaba en sus cartas que llenaban botellas con agua caliente para calentar los pies «en el verano». Fue emocionante ese reencuentro.
Paco Invernoz… un gran gusto haberte conocido, la seguimos en cualquier momento… hey! Que olvidé contarte… teníamos parientes en San Andrés y cuando íbamos de Rosario a visitarlos, uno de los hijos me llevaba a Ferro para ver las carreras de speedway en el verano porteño… ya ves, damos vueltas y terminamos allá…en Argentina, un abrazo…
Uy, las carreras de speedway, las motos, y los midgets, los cochecitos, en esas noches frescas del verano, en la cancha de Ferrocarril Oeste, entretenidas con ricos choripanes. Hay un proverbio danés para reflexionar: “El fondo del corazón está más lejos que el fin del mundo”. Te devuelvo el fuerte abrazo de un compatriota.
ENTREVISTA DE EDUARDO ALDISER – PONTEVEDRA 2014