Como otros muchos argentinos que residen en Málaga capital y su andaluza provincia, Andrés Montesanto llegó a nosotros a través de Marcel San Felice, colega comunicador con tantísimas cosas hechas en esa región.
Cuando me lo pasó al teléfono supe que Andrés es un porteño redomado… es decir de uno de esos «100 barrios porteños» que dejó dicho Castillo… «cien barrios metidos en mi corazón». El suyo, Villa Luro, con ese Colegio Nacional nº 13 de la calle San Blas, el infaltable potrero, más todo lo que es Buenos Aires, ciudad única, donde comenzó su derrotero vital.
Así, en porteño puro con lunfardo, «vesrre» y todo lo que sea necesario, nos va llevando en 18 itinerarios, fantásticos, hilarantes, dolorosos también, por Argentina, Brasil y Europa, armando el puzzle por el que, al final, apareció el rostro de aquella cuya existencia intuía. Esto es básicamente Buscando a Elena, su ópera prima como escritor de quien además es…
Andrés Montesanto, médico antes que escultor. Luego escritor y quien sabe…
Porque los caminos por la vida de este muchacho porteño (Así llamamos a los que nacen en la otrora Capital Federal de Argentina, gentilico que nació en el Puerto de Santa María en Cádiz, es decir tan andaluz como su Málaga actual) nos permiten conocer, a través de Antonio, el personaje que fue vistiendo y mostrando como un alter ego fiel al original. Y no hay un sólo momento para respirar… el ritmo es trepidante y la aclaración de ese lenguaje nuestro de aquellos años, desde los años `50 hasta los `90 del Siglo XX problemático y febril. Por cierto, la letra adaptada de Cambalache, del gran Discepolín, cierra Antonio / Andrés una obra de esas que te dan pena que terminen. Como realizador de programas de tango me resultan familiares los decires de esa jerga de delicuentes, burreros y otras yerbas en la Reina del Plata. Fui capeando bien la cosa hasta que, abriendo un párrafo, pone «Tenge» y me pilló descolocado como Adán en el Día de la Madre.
Aquel médico que fue Antonio y cuenta Andrés Montesanto
Medio de rebote pero al final porque era su destino de ese momento, el muchacho de Villa Luro logró lo que Gagliardi dejó dicho… «ver la placa bien lustradita» y un título de médico que significó comenzar la verdadera lucha por la vida. Y ahí lo tenemos viniendo becado para España, con una recorrida por Europa haciendo «dedo», diría que su otra profesión y muy destacada. La vuelta, vicitudes personales varias, de esas que marcan. Y ahí estaba La Patagonia Andina, tras haber recorrido esa y otras regiones de tan vasto país, siempre con una mochila y mucha ilusión, dispuesto a todo. Como senderista y conocedor de muchos de esos paisajes geográficos y humanos de nuestras provincias increíbles, he gozado muchísimo con sus aventuras y las vividas en la costa Atlántica de Brasil, obligado paso por Uruguay.
Andrés Montesanto nos hace conocer «esa otra Patagonia»
Hay personas que van a un lugar, pero no lo ven, no entran en sus claves. Andrés Montesanto se apunta un poroto de oro (valga la expresión del truco y el chinchón) al penetrar en las características tan particulares que tiene la vida en el sur argentino. Lo hice en 1974 en autocaravana. Aunque fueron solo dos meses, me ha servido para entender tantas cosas que cuenta. Allí los porteños, pampeanos, los del Noroeste, chaqueños o litoraleños, nos sentimos como si estuviéramos en el extranjero. La existencia tiene para esos sureños unas coordenadas que, casi siempre, pasamos sin terminar de captar.
Andrés Montesanto más allá del libro
El médico de Argentina se vino a seguir su carrera en Málaga. Pero algo que tenía adentro y lo fue manifestando como dice él mismo, «como escultor autodidacta». Así tenemos en la muy atractiva ciudad española Los Migrantes en el Muelle Uno; Emilio Prados en el Paseo Marítimo El Palo; El Aplauso en el Colegio de Médicos más Integración en Puerto de la Torre. Pero hay muchas más esculturas que se exponen o forman parte de parques y paseos de Madrid, Genalguacil, la muy cercana Estepona (Donde otro argentino, santafesino de Santo Tomé, Stieffel de salida, que se identifica como Carlos Lagauchada, difunde y muy bien nuestras cosas) Además Derio en Bilbao, Grazalema, Alcalá del Valle, Benamahoma, Comares y Tolox. Sigue cincelando y dando vida a piedras de esas montañas sureras y me parece que el final de Buscando a Elena deja abierto un camino para, como quedó dicho el Martín Fierro, «voy en esta ocasión, / si me ayuda la memoria, / a mostrarles que a mi historia /le faltaba lo mejor»
Remato diciendo lo que le comenté a Andrés Montesanto tras terminar la lectura de su libro. Que escribir como se habla, recordar el lenguaje de aquella niñez y lo que siguió, ambos contemporáneos muchados de los cuarenta, es muy difícil. Con fluidez nos hace recordar tantísimas cosas que ocurrieron en el país. Hay un encuentro en Algeciras que me hizo soltar una carcajada. No equivocarse, hay muchas situaciones que, por el contrario, nos sumergen en un mundo difícil, tantos personales como de esos tiempos de Argentina, que lo fueron. Y en gran medida lo siguen siéndo, mal que nos pese
TEXTO DE EDUARDO ALDISER – PONTEVEDRA 2020