La luz mala de Argentina - La Santa Compaña gallega

A raíz de la lectura de un artículo en Argentina es folklore dirigido, junto a otras publicaciones importantes, por mi amigo Eduardo Aldiser en el que se comentaba sobre una nota de Marta Susana Siciliano acerca de “la luz mala”, creencia popular en la pampa argentina sobre “almas en pena” , se me ocurrió relacionar este mito con la ancestral creencia gallega en la “Santa Compaña”.
La cultura gallega y sus ritos ancestrales: la Santa Compaña
Por Dr. José Martínez-Romero Gandos
Aldiser, argentino residente en Pontevedra, aprovecha la ocasión para relacionar el tema con “las brujas gallegas”, negadas por unos, aceptadas por muchos, tema que se termina zanjando con un “las brujas (meigas) no existen, pero que las hay las hay”. Pero no es con las brujas con quienes debemos relacionar “la luz mala” pampeana. Coincide mucho más con el mito gallego de “la Santa Compaña”.
La cultura gallega no se limita a expresiones de tipo folklórico, especialmente gastronómico. Celebramos una Galicia milenaria, fuerte y serena, recostada en las rías de los mares atlántico y cantábrico. Celebramos con alegría y cantamos y bailamos al son de la gaita y el pandero. Celebramos una cultura milenaria y un idioma melodioso como el gallego. También tenemos en cuenta a las almas que no han alcanzado la paz eterna.
La historia de Galicia empieza antes de la dominación romana con la organización solidaria de los castros. El pueblo mantuvo esa cultura hasta bien entrado el siglo XIX en el que Rosalía de Castro inicia un intenso período de resurgimiento que continúa hasta nuestros días. En Galicia son tan antiguas las huellas del idioma como el de las civilizaciones que se asentaron en ellas. La dominación romana le impone leyes, costumbres y un idioma que se dulcifica en el verde y húmedo paisaje gallego.
A lo largo de los siglos también han modelado tradiciones, rituales, costumbres y modos de entender la religión cristiana que llega desde oriente. Una prueba importante de la simbiosis entre los antecedentes pre-románicos y la cristianización son los famosos y siempre presentes “cruceiros”.
Algunos aspectos de esa influencia se presentan en la “Santa Compaña”. Esta creencia es la actitud que adopta el pueblo gallego frente a la muerte. La educación religiosa ha permitido capas más profundas de sentimiento frente a ese final de la vida y lo manifiestan en una forma procesional y plural que tiene mucho que ver con su cultura preferentemente colectiva y solidaria.
Pero describamos, ya, este curioso, ancestral y religioso proceso propio del pueblo gallego. Siempre se oyó contar, a la luz de la lumbre, en la cocina familiar, que hay una hora en la noche, la más triste y fatídica, en la que los espíritus y visiones dejan su oculta morada y vienen a este mundo a expiar culpas.
Esto sucede entre las 9 y las 10 de la noche, según el adagio popular que dice: “Entre as nove e as dez deixa a noite para quen é”.(Entre las nueve y las diez deja la noche para quien es). Según la creencia popular, a esa hora comienza a distinguirse, en el horizonte oscuro de montes arbolados, multitud de luces que, pausada y majestuosamente, caminan en fila sin rumbo ni dirección fija”
Se cierran las ventanas, se atrancan las puertas y cada uno reza por sus muertos. Se expande la voz: “¡A Santa Compaña...! ¡A Santa Compaña!...”
Hay motivos suficientes para realizar toda esta serie de rituales: las que llevan esas luces son almas en pena que después de haber entrado en la iglesia donde toman la cruz y el “peto” o hucha de las ánimas, empiezan a vagar por los contornos, generalmente boscosos, y se introducen en las casas por el ojo de la cerradura. Hay dos formas de escapar a la tenebrosa procesión: Una de ellas, si lo encuentran a uno fuera de casa, es tener la precaución de echarse en tierra y fingirse muerto. Otra, más eficaz, según mi propia madre, es la de rezar por el alma de algún pariente muerto que integra la Santa Compaña. Quien no haga ni una cosa ni otra corre el riesgo de ser apoderado por la procesión, que le entrega un hacha de luz y forma parte definitiva del acompañamiento procesional.
Esta es una creencia que ha tomado la forma cristiana en rezos y oraciones pero que se encuentra, ciertamente, en la cultura gallega anterior a la romanización y cristianización del territorio del noroeste de la península. La manera de percibir las sombras del trasmundo en forma de procesión de almas no se encuentra con frecuencia en otras partes del planeta y es muy peculiar de Galicia.
Una posible explicación es que la vivencia de la muerte y la angustia consecuente frente a la certeza de alcanzarla alguna vez, es una de las raíces más poderosas de toda versión del hombre para justificar sus creencias sobre ella. La única forma de superar esta angustia para los gallegos y no aumentar su invalidez es estar seguro de sí mismo o contar con el apoyo de los demás. La inteligencia fuerza al hombre a hacerse cargo de la realidad y también le ayuda a encontrar seguridad ante su propio desamparo.
Por la índole de la cultura gallega, heredada de pueblos que organizaban su vida social en comunidades bien establecidas y diferenciadas, los celtas, las tareas del agro o del mar se realizan habitualmente en grupo solidarios de vecinos. La vida gallega, antes del ataque a su cultura por la globalización, el consumismo y la industrialización, se realizaba en su casi totalidad en forma grupal. El molino de agua era común. Las cosechas necesitaban de brazos de vecinos para apurar la recolección frente a un clima permanentemente lluvioso y húmedo. La danza, el canto y las manifestaciones musicales del folclore son realizadas en grupo.
En el final de nuestras consideraciones sobre la Santa Compaña, personificación procesional de la Tierra Madre, saudosa de sus hijos, de esos hijos que habiéndose salido de la procesión de los siglos se demoran demasiado en volver a su seno, nos encontramos con el gran misterio del alma gallega. El espíritu de la Tierra Madre. Una tierra que ha dado tanto para sus hijos que, por los avatares de la historia y la miseria que le impusieron otros pueblos, han tenido que dejarla por millones a lo largo de los siglos.
El asombro del mundo por una creencia, tradición y folclore como la de la Santa Compaña se refleja en numerosos estudios especializados, en el arte y dentro de él, en el cine. Una película, “El bosque animado” muestra la relación natural del gallego con la Santa Compaña a la par que descubre en imágenes la peculiar conformación de nuestros bosques, sagrados ya para los celtas y donde imperaba el “carballo”, nuestro roble autóctono.
No puede haber otra interpretación del héroe de esa película que la de un drama con un diálogo fantasmal consigo mismo. El interlocutor, miembro de la Santa Compaña, se acerca a nuestro personaje y le pide, además de un cigarrillo, que le rece para que pueda liberarse de sus pecados y alcanzar, finalmente, la paz de los siglos. Señalamos, pues, que el primer acto del asustado interlocutor es la donación mágica de cosas para seres de una personalidad única. Esa donación es la oración, producto cultural de la cristianización.
El gallego conjura al mundo y el primer acto que tiene a su disposición es darse al otro, es solidarizarse, es preparar el terreno para su propia procesión. Así lo entendieron por siglos y así se los conoce: por su solidaridad y su religiosidad mágica.
Dr. José Martinez-Romero Gandos, argentino residente en A Coruña – Galicia
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